La función comenzaba a las nueve, pero llegamos con tiempo. Ya desde la entrada al Círculo de Bellas Artes se respiraba un ambiente distinto: parejas en silencio, luces tenues, móviles guardados. El salón de columnas —imponente, cautivador— estaba iluminado por centenares de velas LED. Todas idénticas, todas vibrando con una calidez que absorbía. En el centro, cuatro sillas y unos atriles. Después, dos bailarines tan solo en escena. Nada más. Y, sin embargo, toda esa sencillez iba a encendernos las emociones como pocas experiencias musicales.
La fórmula de Candlelight apela a todos los públicos: desde melómanos curiosos hasta parejas en busca de una noche especial. Los conciertos duran alrededor de 60 minutos, empiezan puntuales y exigen llegar media hora antes. Todo está diseñado para que la experiencia sea fluida: el ticket se muestra desde la app de Fever, no es necesario imprimirlo, y los asientos se asignan por zonas al llegar.
Los conciertos duran alrededor de 60 minutos
El cuarteto de cuerda apareció con puntualidad y abrió con el primer tema de ‘El lago de los cisnes’. Reconocí la melodía al instante, pero lo que me sorprendió fue cómo se transformaba en ese formato: sin orquesta, sin escenografí y solo con dos bailarines a la vez en el escenario. La música estaba prácticamente desnuda, pero era igual de poderosa. Cerré los ojos un momento y pude imaginar a Odette girando bajo la luna, con ese motivo circular que se repite como una marea emocional. El sonido se expandía con suavidad por la sala y el silencio del público era total.
En otras sedes como el Palacio de los Duques de Santoña o el Ilustre Colegio de Médicos, la programación se abre al pop contemporáneo. Tributos a Queen, versiones instrumentales de bandas sonoras o adaptaciones de temas de Coldplay conviven con piezas clásicas en un formato accesible y emocional. El ambiente, siempre envuelto por la luz cálida de cientos de velas, convierte cada tema en una experiencia íntima, donde lo visual y lo musical se complementan sin excesos.
El hechizo de ‘El lago de los cisnes’
El repertorio incluye los momentos más icónicos del ballet —la danza de los pequeños cisnes, el vals y el pas de deux central— adaptados para cuarteto sin perder intensidad. A diferencia de una versión escénica completa, aquí el foco se sitúa en la música misma.
En Candlelight la música cobra una vida distinta
La historia —una princesa condenada a convertirse en cisne por un hechizo y un amor que intenta salvarla— se filtra en la interpretación a través de las dinámicas, los silencios, los crescendos casi coreografiados del cuarteto. La música de Tchaikovsky, concebida para acompañar el movimiento, aquí cobra una vida distinta: más introspectiva, más emocional. No es necesario ver toda la historia de Odette para comprender su tragedia, ni a Rothbart para sentir la amenaza. Todo está en la partitura. Y en esa hora de cuerdas al filo del aliento, uno sale convencido de que el ballet no siempre necesita cuerpos para narrar, solo alma.
Salir de un concierto Candlelight es como despertar de un sueño suave, sin prisas. La música aún resuena en el cuerpo, y durante unos minutos cuesta volver al ruido de la ciudad. Quizá sea eso lo más valioso: que en solo una hora, sin artificios ni grandes producciones, uno se permita detenerse, escuchar y sentir. Y tal vez por eso funciona. Porque entre tanta prisa, regalarse una hora de música a la luz de las velas se convierte en algo más que un plan: en un acto de cuidado.
Las entradas, como siempre, disponibles en Fever, vuelan rápido, sobre todo en funciones de viernes y sábado.