El sol apenas asomaba en el horizonte cuando nos reunimos en las afueras de Segovia. Cansados, pero con muchas ganas de vivir esta experiencia que cada año atrae a miles de curiosos a esta ciudad Patrimonio de la Humanidad. Nos recogieron cerca y nos llevaron en furgoneta hasta el campo de despegue, a las afueras, pasando Zamarramala. Allí ya estaba parte del equipo de Voyager Balloons preparando el globo: ver cómo se va inflando es casi tan impresionante como volar. Y es que, esta experiencia es algo único que debes probar.
La brisa matutina acariciaba nuestros rostros mientras observábamos cómo el globo se inflaba lentamente, preparándose para llevarnos a una aventura que prometía ser tan mágica como la ciudad que íbamos a sobrevolar. Ver la longitud de la tela del globo, unos imponentes 38 metros de largo, deja sin palabras, al igual que ver cómo la llamarada va calentando e inflando el descomunal globo. Tras las instrucciones de seguridad y un ambiente muy relajado, subimos a la cesta. El despegue fue tan suave que apenas nos dimos cuenta de que ya estábamos flotando. Y entonces, poco a poco, Segovia empezó a aparecer bajo nuestros pies.

Los grandes monumentos se aprecian como nunca antes
Desde el aire todo parece más tranquilo. El acueducto, la catedral, el Alcázar… los grandes monumentos se ven completos, en silencio, sin colas ni gente. También se aprecia muy bien el entorno natural de la ciudad, con el campo abriéndose hacia la sierra. El piloto, muy amable y didáctico, iba contando curiosidades durante el vuelo, lo que hacía el trayecto aún más interesante.
Un amanecer que no se olvida
A medida que avanzábamos, el sol iba ganando altura y bañando la ciudad con una luz dorada que lo transformaba todo. Las sombras alargadas sobre los tejados y los campos recién despertados creaban una estampa imposible de olvidar. Volar a esa hora permite ver cómo Segovia se despereza lentamente, cómo la niebla se disipa y cómo la vida comienza a moverse desde un punto de vista privilegiado y sereno.

El vuelo dura alrededor de 1 hora y la experiencia entera, 3 horas
Después de casi una hora de vuelo —aunque la sensación es que pasan diez minutos—, iniciamos el descenso en una zona despejada, donde el equipo ya nos esperaba. El aterrizaje fue suave, casi poético. Una vez en tierra, nos esperaba una pequeña celebración: cava, embutidos y un brindis compartido con el grupo. También recibimos un diploma que certificaba nuestro vuelo, un detalle simpático que cierra una experiencia tan diferente como memorable.
Volar con Voyager Balloons sobre Segovia no es solo una experiencia visual: es un momento de pausa en el aire, de conexión con el paisaje, con la historia y también con uno mismo. Un recuerdo que no se mide en metros de altura, sino en esa mezcla perfecta de emoción, silencio y belleza que se queda contigo mucho después de haber aterrizado.
Fotografía: Raúl Fuentetaja