Carlos Arniches convirtió el costumbrismo en una herramienta de denuncia y ‘La señorita de Trevélez‘ es su mejor prueba. Bajo la aparente ligereza de la comedia, la obra, que ahora se representa en el Teatro Fernán Gómez esconde una sátira mordaz sobre la maldad cotidiana y la crueldad social. La burla, el abuso de poder y la impunidad con la que los fuertes aplastan a los débiles son los verdaderos protagonistas de esta pieza, que ha trascendido su tiempo y se mantiene tan dolorosamente actual como el día en que fue escrita. Una reflexión necesaria en estos tiempos de hate.
La nueva puesta en escena de ‘La señorita de Trevélez’ apuesta por una lectura fiel al texto de Arniches, respetando su tono costumbrista y su ágil ritmo de comedia, pero sin eludir su trasfondo amargo. Dirigida con acierto, la obra fluye con precisión, manteniendo la ligereza en la superficie pero permitiendo que, en el fondo, aflore la incomodidad. Porque lo que sucede en el escenario no es solo un juego de bromas y malentendidos, sino una demostración cruel de cómo la sociedad se divierte a costa de los más frágiles.
El montaje mantiene el ritmo de la zarzuela y el teatro de sainete
La obra de Arniches, escrita en 1916, puede parecer una comedia ligera a primera vista, pero su carga de profundidad es innegable. ‘La señorita de Trevélez’ es una sátira social en la que se expone, con brutal claridad, la facilidad con la que la sociedad encuentra placer en la humillación ajena. El montaje mantiene el ritmo de la zarzuela y el teatro de sainete, pero introduce matices que refuerzan su dimensión más dramática con un elenco protagonizada por Daniel Albaladejo, Silvia de Pé y Daniel Diges.
Cuando la risa se convierte en arma
La gran paradoja de ‘La señorita de Trevélez’ es que, aunque fue concebida en un contexto muy concreto de la España de principios del siglo XX, su crítica social sigue resonando en la actualidad. En una era en la que el linchamiento público se ha trasladado a las redes sociales, donde cualquier error o vulnerabilidad puede convertirse en un espectáculo para las masas, la obra de Arniches adquiere un eco perturbador.
La obra es es una tragedia social
Carlos Arniches, maestro del esperpento, no solo radiografió con precisión la sociedad de su época, sino que también dejó en ‘La señorita de Trevélez’ una advertencia que sigue siendo pertinente: el humor puede ser una herramienta liberadora, pero también puede convertirse en un instrumento de dominación y desprecio.
El gran acierto de ‘La señorita de Trevélez’ es su capacidad para disfrazar de sainete lo que, en el fondo, es una tragedia social. La risa que provoca es incómoda porque nos obliga a preguntarnos cuántas veces hemos participado, de forma consciente o no, en el escarnio ajeno. Porque es imposible no preguntarse: ¿Seguimos siendo, cien años después, aquellos que aplauden el escarnio o hemos aprendido a mirar a los demás con más compasión?