Un piso nuevo, una urbanización moderna y un futuro prometedor. O, al menos, es lo que parece prometer el inicio de la función. Pronto, la ilusión se convierte en asfixia, el amor en distancia y la rutina en un espejo que devuelve la imagen de la soledad compartida. ‘Nerium Park‘, la obra de Josep Maria Miró que se presenta en la Nave 10 de Matadero Madrid, nos sumerge en una inquietante reflexión sobre cómo las crisis externas pueden desmoronar las estructuras más íntimas de nuestra existencia. Y lo hace manteniéndote todo el rato en vilo y con un suspense apabullante.
‘Nerium Park’ nos presenta a Carlos y Marta, una pareja que encarna el ideal contemporáneo de éxito: jóvenes, profesionales y propietarios de una vivienda en una urbanización que promete tranquilidad y estatus. Sin embargo, la realidad que encuentran dista mucho de sus expectativas. La ausencia de vecinos en un complejo desolado se convierte en el espejo de su propia soledad y los desperfectos que se van acumulando en el edificio, de las grietas que comienzan a surgir en su relación.
La urbanización vacía refleja la deshumanización de la sociedad
La obra, estructurada en doce escenas que corresponden a los meses del año, traza con precisión el deterioro progresivo de la pareja. La pérdida del empleo de Carlos actúa como catalizador de tensiones latentes, evidenciando cómo la estabilidad económica y la identidad personal están intrínsecamente ligadas. Marta, dedicada a recursos humanos y encargada de ejecutar despidos, se enfrenta a la paradoja de sostener su posición mientras su vida personal se desmorona y se siente juzgada e incomprendida por su pareja.
La elección de una urbanización vacía como escenario no es casual. Simboliza el fracaso de un modelo urbanístico que, en su afán expansivo, ha dejado tras de sí espacios sin alma, reflejando la deshumanización de una sociedad que prioriza el tener sobre el ser. Una atmósfera opresiva que potencia la dirección y puesta en escena de Jorge Gonzalo. Las interpretaciones de Susana Abaitua y Félix Gómez, por su parte, son contundentes y sin ambages y encarnan la desolación y el hastío de toda una generación.
Una urbanización (y vida) vacía
‘Nerium Park’ se inserta en una tradición de obras que abordan la alienación en contextos urbanos despersonalizados. Recuerda a ‘La muerte de un viajante’ de Arthur Miller, donde el sueño americano se desintegra, o a ‘El hombre duplicado’ de José Saramago, que explora la pérdida de identidad en la modernidad. Miró, sin embargo, aporta una perspectiva contemporánea, enfocándose en las consecuencias de la crisis económica de 2008 y su impacto en las relaciones personales.
La estructura de la obra refuerza la sensación de deterioro progresivo
La estructura de la obra –doce escenas que abarcan un año– funciona como un ritual implacable que refuerza esta sensación de deterioro progresivo. La temporalidad circular, en la que los mismos gestos y conversaciones se repiten con ligeras variaciones, recuerda al teatro del absurdo de Beckett, en el que la existencia se reduce a una espera sin resolución, a un transcurrir que no lleva a ningún desenlace redentor. En este caso, la urbanización de Nerium Park juega un papel similar al escenario de ‘Esperando a Godot’ y se erige como un espacio desprovisto de empatía que encapsula la frustración, rabia y soledad de sus habitantes.
Si algo subyace en ‘Nerium Park’ es la exploración de la soledad en la era de la hiperconectividad. A pesar de vivir juntos, Carlos y Marta están cada vez más distantes. Su relación, inicialmente sólida, se erosiona con la misma lentitud con la que los hachazos del día a día desgastan el espejismo de la urbanización perfecta. Aquí, Miró parece dialogar con la idea de la incomunicación contemporánea que plantean autores como Byung-Chul Han en ‘La sociedad del cansancio’, donde la hiperproductividad y la ansiedad por el éxito han convertido las relaciones humanas en vínculos frágiles y desechables.
La violencia de ‘Nerium Park’ es la de la palabra no dicha
A medida que avanza la obra, la relación entre Carlos y Marta se vuelve cada vez más tensa, marcada por una violencia sutil que no necesita de golpes ni de gritos para sentirse. La violencia de ‘Nerium Park’ es la de la palabra no dicha, la del gesto contenido y la del aire enrarecido. Este tipo de tensión recuerda a la atmósfera de obras como ‘¿Quién teme a Virginia Woolf?’ de Edward Albee, donde el espacio doméstico se convierte en un campo de batalla emocional.
La obra de Josep Maria Miró se erige así como una disección quirúrgica de los anhelos de estabilidad y éxito, pero también del desmoronamiento de esas aspiraciones cuando la crisis económica, la precariedad y la voracidad del entorno convierten la vida en un espacio hostil. El teatro, cuando funciona, deja una huella que persiste más allá del telón. Y ‘Nerium Park’, con su crudeza, su precisión y su afilado reflejo de nuestra época, es de esas obras que siguen resonando días después, como un eco incómodo que nos hace plantearnos si estamos donde queremos estar.