En una habitación en obras, lo que parecía un reencuentro entre viejos compañeros de clase se convierte en una trinchera emocional. Uno sonríe, el otro guarda silencio. Uno recuerda goles en el recreo, el otro moretones. ‘Here comes your man’, que vuelve a la Sala Tarambana, arranca como una conversación banal y pronto se convierte en un ajuste de cuentas. Porque hay heridas que no cicatrizan, aunque pasen los años. Y hay silencios que gritan más que un insulto. Esta obra incómoda y necesaria, escrita por Jordi Cadellans, no da tregua al espectador: lo interpela, lo incomoda y, sobre todo, lo obliga a mirar de frente a aquello que muchos prefieren olvidar.
La trama se centra en Morales y Torres, dos exalumnos de una escuela religiosa que se reencuentran durante la celebración de la jubilación de su antiguo tutor. Obligados a compartir habitación, rememoran sus años escolares. Torres recuerda con nostalgia aquellos tiempos dorados, mientras que Morales revive el tormento de ser el blanco de burlas y agresiones debido a su homosexualidad y comportamiento considerado afeminado. La sombra de González, el líder carismático y principal acosador, planea sobre sus conversaciones, evidenciando cómo las dinámicas de poder y abuso dejan importantes traumas.
Inspirada en casos documentados, esta obra opta por el realismo emocional
Con una puesta en escena sobria y una dirección ajustada, la obra opta por el realismo emocional en el que las pausas, los silencios, los gestos hablan tanto como las palabras. En una época en la que el bullying se ha digitalizado y multiplicado, esta obra actúa como un recordatorio brutal de que sus consecuencias no se disuelven con el paso del tiempo ni se olvidan al salir del colegio.
La herida sigue abierta
Inspirada en parte por hechos reales y casos documentados, la obra no se limita a denunciar el bullying: reflexiona sobre lo que significa sobrevivir a él. ¿Es posible el perdón? ¿Qué ocurre cuando el agresor también fue víctima? ¿Cuántas identidades se construyen desde la herida y cuántas se mantienen en pie solo por rabia? Son preguntas que flotan en el aire mientras los personajes se desnudan —literal y metafóricamente— en escena.
En la línea del teatro social más necesario, la propuesta se enmarca dentro de una ola de nuevas dramaturgias que no temen señalar con el dedo los conflictos que incomodan a la sociedad. Porque el acoso no es un problema de infancia, sino que es un síntoma de un sistema que castiga la vulnerabilidad y lo diferente. Una forma de subyugar todo aquello que se sale de la norma y señalar con desprecio lo que pretende tener una voz discordante.
El texto también humaniza —sin justificar— al acosador
La pieza no solo pone el foco en la víctima, sino que también humaniza —sin justificar— al acosador, mostrando las aristas complejas de una masculinidad tóxica aprendida, repetida y casi nunca cuestionada. No hay moralejas fáciles, ni buenos y malos al uso. Solo dos seres humanos rotos que intentan entenderse, aunque ya sea demasiado tarde. El texto, así, huye de lo panfletario y incide hasta el hueso para adentrarnos en la complejidad del bullying y los mecanismos que lo sustentan.
Esta obra nos recuerda que detrás de cada broma hay un cuerpo, una biografía y, a veces, una vida rota. El pasado vuelve no para vengarse, sino para exigir una conversación que nunca ocurrió. Como en las mejores tragedias contemporáneas, no hay redención fácil, pero sí una profunda necesidad de comprensión. Porque hablar del dolor, también es empezar a sanarlo.