Los peldaños están desgastados, las paredes se ven desconchadas y la luz, mortecina. En la escalera de Antonio Buero Vallejo, como en la vida, hay ascensos, descensos y caídas brutales, pero lo que nunca hay es un verdadero cambio. ‘Historia de una escalera‘ regresa 75 años después al mismo Teatro Español que la vio nacer, en un Madrid distinto pero, en el fondo, aterradoramente igual. El montaje de Helena Pimenta no hace concesiones: nos planta de frente ante la frustración, el conformismo y las esperanzas malogradas de varias generaciones que, a pesar del tiempo transcurrido, podrían ser las nuestras.
La obra de Antonio Buero Vallejo, que ganó en 1949 el Premio Lope de Vega, transcurre en un modesto edificio de vecinos a lo largo de tres décadas –1919, 1929 y 1949–, donde se entrelazan las vidas de varias familias marcadas por la estrecheces, la frustración y los anhelos incumplidos. Sin embargo, el tiempo demuestra que los deseos de prosperar chocan con una realidad implacable: la falta de oportunidades, la repetición de patrones y la traición a uno mismo y sus deseos.
17 interpretes desfilan por el escenario
Helena Pimenta opta por una dirección precisa, que no trata de modernizar la obra ni forzar paralelismos innecesarios. Lo hace con un realismo matizado, sin subrayados, confiando en la potencia de la palabra y en un elenco que encarna con naturalidad la desesperanza de sus personajes. En escena, 17 intérpretes desfilan en un espacio que es tanto hogar como trampa, un microcosmos en el que cada vecino proyecta sus frustraciones, sus rencillas y sus pasiones sin salida.
La escenografía de José Luis Raymond recrea con detalle la austeridad de la escalera como un espacio de tránsito que, sin embargo, se convierte en el epicentro de la vida de los personajes, un espacio inmóvil que simboliza la falta de avance social. Las interpretaciones son naturalistas y contenidas, evitando excesos melodramáticos y dejando que el peso emocional recaiga en la progresiva acumulación de frustraciones.
El uróboro social
La primera representación de este texto se realizó hace 75 años, precisamente, en el Teatro Español donde ahora regresa. La España que acoge esta nueva reposición ha cambiado. Sin embargo, el sueño de prosperar sigue siendo para muchos un espejismo. Si en 1949 Buero Vallejo ya nos advertía de la imposibilidad de la movilidad social, en 2024 la realidad no es más alentadora: la dificultad de acceso a la vivienda, la precariedad laboral y la brecha generacional convierten su obra en una radiografía perfecta del desencanto contemporáneo.
La ilusión de ascender se estrella contra la implacable realidad
Muchos mensajes se deslizan por esta obra tan representativa del teatro español del siglo XX. Pero, sin duda, uno resuena con mucha fuerza. A través del drama cotidiano, revela una verdad casi metafísica: la imposibilidad del ser humano de articular sus sueños en la mecánica cruel del mundo. La ilusión de ascender se estrella contra la implacable realidad evidenciando que el ascensor social sigue sin funcionar en una escalera machacada.
Esta idea no es un hecho aislado dentro de su dramaturgia, sino una de sus grandes obsesiones temáticas: el conflicto entre la aspiración individual y las estructuras que la limitan, la lucha contra un destino que pisotea y no permite el progreso al estilo de John Steinbeck en ‘Las uvas de la ira’. ‘El tragaluz’ es otra obra de Vallejo en la que el anhelo de un futuro mejor choca con la resignación ante un presente funesto.
Pimenta respeta su sentido trágico sin adornos ni giros efectistas
Buero Vallejo, como hiciera Arthur Miller en ‘Muerte de un viajante’ o Federico García Lorca en ‘La casa de Bernarda Alba’, expone el fracaso del sueño individual frente a la estructura inquebrantable de la sociedad. Sus personajes no son solo los habitantes de un inmueble madrileño; son la clase trabajadora atrapada en un sistema donde el esfuerzo no es garantía de ascenso. Pimenta respeta este sentido trágico sin adornos ni giros efectistas dando como resultado una obra que duele, que incomoda y que no te dejará indiferente.
Pero no todo es pesimismo en ‘Historia de una escalera’. Hay algo conmovedor en la persistencia de sus personajes, en su negativa a rendirse del todo. La historia de Fernando y Urbano, de Carmina y Elvira, de sus hijos que repiten los mismos errores que sus padres, nos recuerda que, pese a todo, seguimos intentándolo. Esa es la grandeza de Buero Vallejo. Retratar la desilusión, pero también la terquedad del ser humano en volver a soñar. Y, para soñar, el teatro siempre ayudará.