Lo que está ocurriendo en La Bonita —el local que ha conquistado el corazón pet-friendly de la zona de Cuzco— es un giro de 180 grados que ha requerido agallas empresariales y, sobre todo, convicción gastronómica.
El protagonista absoluto de esta transformación late a más de 400 grados en el centro del restaurante: un horno artesano traído directamente desde Italia. No es postureo ni marketing gastronómico, es el nuevo eje gravitacional de una cocina que ha decidido apostar por la pizza napolitana como bandera identitaria.
La masa de fermentación lenta hace que las pizzas sean sublimes
La técnica es un baile clásico que no defrauda: masa fina con bordes inflados que cuentan historias de fermentación lenta, cocción rápida que sella sabores sin secar ingredientes y esa pátina ligeramente carbonizada que distingue a los hornos que saben lo que hacen.
Los pecados capitales saben a gloria
Sus nombres —Lussuria, Gola, Invidia, Ira, Avarizia (calzone), Superbia, Pigrizia (Margherita)— no son capricho creativo: son declaración de intenciones. Cada denominación corresponde a combinaciones que equilibran la tradición italiana con criterio contemporáneo.
Los precios oscilan entre 13 y 18,9 euros
La Lussuria seduce con fior di latte, mortadela, ricotta al limón y pistacho: es la versión gourmet de la mortadella que funciona porque entiende el equilibrio entre grasa, acidez y crunch. La Gola abraza el picante con salami y aceitunas negras, mientras que la Ira sorprende con berenjena frita, ricotta y tarallo desmigado —una textura que añade complejidad sin sobrecargar. Los precios oscilan entre 13 y 18,9 euros, permitiendo accesibilidad sin renunciar a ingredientes de calidad.
Lo que se queda, lo que se va
No todo es borrón y cuenta nueva, y aquí reside la parte poética del cambio. En los entrantes sobreviven los «ganadores» de la etapa anterior: flores de alcachofa con sal de jamón y AOVE, degustación de croquetas de la casa, steak tartar cremoso, burrata sobre «tierra» de parmesano, y una tabla de embutidos italianos que incluye mortadela, salami picante y mermelada de higo.
Es una transición sensata que respeta la memoria gastronómica del local sin anclarla al pasado. La fórmula permite fidelizar a la clientela habitual mientras se abre a nuevos públicos atraídos por la propuesta italiana.
La Bonita mantiene su ADN como espacio pet-friendly
Otra nota de continuidad es que La Bonita mantiene su ADN como espacio pet-friendly —incluido el famoso «muro de mascotas»— y su capacidad para eventos privados, dos elementos que habían construido su comunidad y que encajan perfectamente con la nueva identidad mediterránea-italiana. Es la demostración de que se puede evolucionar sin perder la esencia que te hizo especial.
Este «reset» convierte a La Bonita en una dirección italiana con intenciones claras, que mantiene clásicos para compartir. Si te mueves por Cuzco, es una parada obligatoria para redescubrir un local que ha tenido la valentía de reinventarse desde lo que funciona.