Mandamos correos, vemos a nuestra familia y amigos e, incluso, buscamos pareja a través del teléfono móvil. Un dispositivo que te permite tener el mundo entero en la palma de tu mano. Sin embargo, no todo son ventajas y el precio que pagamos por estar “siempre conectados” es más alto de lo que imaginamos.
Mientras la tecnología promete mantenernos en contacto, nos arrastra a un torbellino de estrés, distracción y adicción a estímulos fugaces. Tal como expone Johann Hari en Stolen Focus, el diseño intencionado de nuestros dispositivos y aplicaciones no solo roba nuestra atención, sino que también mina nuestra capacidad de concentrarnos, de relajarnos e incluso dificulta que establezcamos relaciones con otras personas.
1. El estrés del móvil
La omnipresencia del móvil ha redefinido nuestra experiencia diaria. Desde el constante zumbido de notificaciones hasta la presión de responder al instante, nuestros dispositivos se han convertido en una fuente inagotable de estrés. Según Hari, la hiperconectividad nos obliga a estar en un estado de alerta permanente, lo que activa de manera continuada nuestros sistemas de respuesta al estrés. Este estado crónico puede conducir a problemas como la ansiedad y el insomnio, evidenciados en numerosos estudios que vinculan el uso excesivo de dispositivos móviles con niveles elevados de cortisol, la hormona del estrés.
La exposición constante a interrupciones digitales no solo aumenta la carga emocional, sino que también afecta nuestra salud física y mental. Por ejemplo, varios estudios muestran que la gestión inadecuada de la conectividad digital se asocia a alteraciones en el ritmo circadiano y a una disminución en la calidad del sueño, factores que pueden desencadenar una cascada de efectos negativos en el bienestar general.
2. La incapacidad de prestar atención
La capacidad de concentrarse es un recurso cada vez más escaso. Cada vez se consumen formatos más cortos de ocio. Hemos pasado de las películas a los videos de YouTube y de estos hemos saltado al vacío con TikTok, con videos de menos de 1 minuto que te atrapan en un scroll interminable. Al respecto, Hari señala que el robo de la atención se debe a la manera en que las aplicaciones están diseñadas para fragmentar nuestro enfoque mediante múltiples interrupciones y la constante exposición a nuevos estímulos. Este fenómeno, a menudo denominado atención fragmentada, ha sido objeto de numerosos estudios que demuestran cómo la multitarea digital puede reducir significativamente la capacidad de concentración además del propio desempeño en las mismas.
Por ejemplo, el cambio frecuente de tarea—impulsado por la disponibilidad incesante de notificaciones, o la necesidad imperiosa, casi adictiva de consultar las redes sociales—provoca lo que algunos llaman “residuo de atención”. Este residuo impide que nuestro cerebro se dedique de lleno a una sola actividad, lo que afecta tanto la eficiencia en el aprendizaje como la calidad del trabajo realizado, como evidencia esta investigación. La consecuencia es una mente que, en lugar de profundizar en un pensamiento, se queda atrapada en la superficie de cada estímulo fugaz, dificultando el procesamiento profundo y la capacidad de reflexión y la propia creatividad.
3. La adicción a estímulos rápidos
La necesidad de consultar el móvil parece casi adictiva. Los algoritmos de las redes sociales están programados para ofrecernos recompensas inmediatas—como un “me gusta” o un comentario que actúan como un refuerzo para el individuo, que ve validado su reputación social —que activan la liberación de dopamina en nuestro cerebro. Esta respuesta química, similar a la que se experimenta con otras adicciones conductuales, nos empuja a buscar constantemente la gratificación instantánea, que pide más y más.
Estudios en neurociencia han mostrado que el consumo repetido de contenido rápido y superficial puede reconfigurar los sistemas dopaminérgicos, llevándonos a preferir estímulos breves y de alta intensidad sobre actividades que requieren cualquier tipo de esfuerzo intelectual. Es decir, una forma, “inocente” de consumir contenido, se convierte, con el tiempo, en una necesidad compulsiva. El resultado agregado de todo esto nos lleva a una adicción digital que nos hace incapaces de disfrutar de momentos de calma.
En medio de este incesante murmullo de notificaciones, emerge la amarga poesía de un tiempo perdido. Somos víctimas de la inmediatez y portadores de la melancolía de una atención desgastada. En este irónico contraste, entre lo prometido y la realidad, la soledad se palpa a través de la fría luz del móvil, mientras aprendemos a vivir entre el ruido, condenados a buscar un resquicio de tranquilidad.