La función comienza con la figura del poeta. Federico García Lorca, encarnado sobre el escenario, se pregunta por el sentido de la creación, por la necesidad de dar vida a los personajes que habitan su imaginación. En ese acto nace ‘La zapatera prodigiosa‘: una fantasía con pies descalzos y alma rebelde, un cuento popular donde lo grotesco y lo lírico conviven con arte y crudeza. Con esta adaptación del clásico lorquiano, el Teatro Pavón se convierte en un taller de palabras, donde la poesía se entreteje con las costuras del teatro para hablar, con humor y con rabia, de la libertad, el deseo y la incomodidad de ser uno mismo en un mundo que te quiere domado.
‘La zapatera prodigiosa’ no es la obra más trágica de Lorca, pero sí una de las más incisivas. Bajo la apariencia de farsa de tono costumbrista se esconde una crítica feroz a la rigidez de los roles sociales, al peso del qué dirán y, especialmente, a la asfixia del deseo femenino en un entorno conservador. La protagonista, casada con un hombre mayor, es vilipendiada por su actitud libre, su juventud y su lengua afilada. Pero ella, como tantas heroínas lorquianas, se resiste a ser moldeada por la moral ajena. Se burla de los hombres que la desean sin valorarla y del marido que no sabe qué hacer con ella más allá de juzgarla.
Hay momentos de coreografía, de teatro físico y de ruptura de la cuarta pared
La puesta en escena actual explora esa tensión con acierto. Con una escenografía depurada que sitúa la acción en una especie de universo simbólico —entre lo real y lo fabuloso—, el montaje permite que los cuerpos hablen tanto como las palabras. Hay momentos de coreografía, de teatro físico y de ruptura de la cuarta pared que subrayan el carácter popular, casi brechtiano, de la pieza. La zapatera no se resigna: grita, baila, se ríe. Y en ese proceso, seduce también al público contemporáneo.
Lorca, entre la horma y la libertad
Aunque escrita en 1926 y estrenada en 1930, La obra mantiene intacta su carga subversiva. Lorca, que mezclaba con maestría lo popular y lo simbólico, dibuja aquí una alegoría sobre la represión y la apariencia. En una España que aún se debatía entre la tradición y la modernidad, la zapatera representaba la voz que no se deja silenciar. No es casualidad que se trate de una mujer joven que rompe los moldes, que se enfrenta al juicio colectivo con inteligencia y humor, que reclama algo tan simple y tan radical como ser amada sin condiciones, vista sin prejuicios.
La obra no teme al carácter mestizo del texto
La zapatera de Lorca puede colocarse junto a otras heroínas silenciadas, como la Adela de ‘La casa de Bernarda Alba’ o la Mariana de ‘El público‘. Mujeres que aman sin permiso, que transgreden los límites y que terminan, en muchos casos, pagando el precio de esa libertad. Sin embargo, en esta comedia, Lorca les da un giro: la zapatera no muere, no se somete, no se borra. Sale adelante, a su manera, riéndose de todos. Y en esa risa hay una dignidad irreductible.
El mayor logro de esta versión radica en no temer al carácter mestizo del texto: es fábula, pero también crónica; es verso, pero también danza; es sátira, pero también grito. No intenta actualizar a Lorca con moralinas modernas, sino escuchar lo que su texto dice desde hace un siglo: que el juicio social puede ser más cruel que cualquier tragedia, y que la mujer que no encaja es muchas veces la que más libertad guarda. Y sí, esa zapatera sigue siendo prodigiosa, porque se niega a bajar la cabeza.