Lucía Carballal es ya una voz indispensable en el panorama teatral español. Y es que la dramaturga y directora deja claro con su última obra que tiene un dominio total de la escena y es capaz de dibujar en detalle todo el amalgama de emociones que atraviesa cualquier persona. ‘Los nuestros‘ es una obra que, bajo la apariencia de una reunión familiar, desnuda las tensiones entre tradición y modernidad, pertenencia y autonomía. Carballal explora con maestría las raíces que nos sostienen y las cadenas invisibles que, a veces, nos atan.
La trama se desencadena con la muerte de Dinorah, matriarca de una familia sefardí asentada en Madrid. Sus familiares más cercanos se reúnen en su hogar para observar el Avelut, un rito de duelo judío que implica una convivencia de siete días apartados del mundo exterior. Este encierro forzado se convierte en el escenario perfecto para que afloren conflictos latentes, secretos y reflexiones sobre la identidad y la pertenencia.
La obra analiza la dualidad entre integrarse y mantener la esencia cultural
Reina, la hija mayor interpretada magistralmente por Mona Martínez, asume el rol de líder en este duelo, intentando mantener unida a la familia mientras lidia con sus propias inseguridades y expectativas no cumplidas. Su hijo Pablo, encarnado por Miki Esparbé, es un dramaturgo que, junto a su pareja Marina (Ana Polvorosa), enfrenta la incertidumbre de la paternidad y el deseo de encontrar su propio camino lejos de las expectativas familiares. La llegada de Esther (Manuela Paso), hermana de Reina, con sus hijos y su nuevo novio Mauro (Gon Ramos), así como la aparición de Tamar (Marina Fantini), una prima lejana llegada de Israel, harán que todos se cuestionen los límites de la herencia cultural y hasta qué punto podemos alejarnos de todo.
Individualismo frente a lo social
La elección de una familia sefardí como protagonista no es casual. Representa la dualidad de quienes, tras siglos de exilio y retorno, buscan integrarse sin perder su esencia. Esta dicotomía entre el deseo de pertenencia y la necesidad de individualidad resuena en cada diálogo y conflicto presentado en la obra. Como en los mejores relatos de identidad —de ‘La casa de Bernarda Alba’ de García Lorca a ‘Matar un ruiseñor’ de Harper Lee—, aquí también se despliega un conflicto que no solo es familiar, sino social y, en última instancia, existencial.
El texto plantea preguntas universales sobre la familia como constructo social
La pregunta de si se puede construir una identidad propia sin romper con la tradición es central en la dramaturgia contemporánea. En ‘Los nuestros’, la convivencia forzada por el duelo se convierte en un microcosmos donde los personajes se ven reflejados en un espejo incómodo preguntándose quiénes son realmente. Es una cuestión que la filosofía lleva debatiendo siglos, desde Simone de Beauvoir y su noción de la “otredad”, hasta Zygmunt Bauman y su “identidad líquida”, que describe un mundo donde las tradiciones son cada vez más flexibles, pero la necesidad de arraigo persiste. En la obra también resuena Edward Said y su concepto de «hibridación cultural», donde los individuos viven entre dos mundos, sin pertenecer del todo a ninguno.
‘Los nuestros’ plantea preguntas universales sobre la familia como constructo social: ¿Qué significa pertenecer a un grupo familiar? ¿Cómo influye la tradición en la formación de nuestra identidad? ¿Es posible liberarse de las expectativas heredadas sin romper los lazos que nos definen? La obra no ofrece respuestas definitivas, pero lo que sí deja es una profunda sensación de familiaridad, un «runrún» en el espectador que lo invita a preguntarse qué tanto de su vida ha sido elegido y qué tanto le ha sido impuesto. Y es en esa incertidumbre donde la obra encuentra su mayor verdad.