Hay una luz que no se apaga, incluso cuando todos los faroles de fuera se han extinguido. En el corazón de Helen Martins, una mujer mayor, excéntrica y libre, esa luz es el arte. Una forma de resistencia íntima, una Meca personal hecha de esculturas provocativas, colores imposibles y soledad elegida. En ‘Camino a la Meca’, texto imprescindible del sudafricano Athol Fugard, esa llama es interpretada con una hondura conmovedora por Lola Herrera, quien vuelve a subirse a las tablas en el Teatro Bellas Artes para recordarnos que, a veces, crear no es un capricho sino una forma de salvarse.

La obra es un combate de ideas en forma de diálogo
La obra, estrenada en 1984 y ambientada en un remoto pueblo afrikáner de Sudáfrica, se articula como un combate de ideas en forma de diálogo entre tres personajes: Miss Helen (Lola Herrera), Elsa (Natalia Dicenta), una joven profesora que lucha contra los prejuicios de su tiempo, y el reverendo Marius (Luis Rallo), encarnación del conservadurismo paternalista que busca proteger sin entender.
Sobre el escenario del Teatro Bellas Artes, se despliega una escenografía cálida e íntima, recreando el hogar de Helen, ese espacio que es también santuario, galería y refugio mental. La dirección de Mario Gas apuesta por la sobriedad para centrar el foco en lo esencial: la palabra. La palabra como bálsamo, pero también como arma.
La Meca está dentro de uno mismo
‘Camino a la Meca’ no es una obra sobre religiones ni geografías, sino sobre los santuarios interiores. Helen, inspirada en la figura real de la artista sudafricana Helen Martins, ha decidido dedicar su vida a la creación como forma de resistir la oscuridad exterior: la del racismo institucional, del aislamiento, de una sociedad que teme a la diferencia.

La obra retrata la represión del deseo y la autonomía femenina
El texto plantea preguntas que siguen latiendo en el mundo actual: ¿Dónde está el límite entre ayudar y controlar? ¿Puede una mujer mayor vivir sola sin que se dude de su cordura? ¿Hasta qué punto el arte puede ser un acto político incluso en su dimensión más íntima?
Con un mensaje al estilo de la lorquiana ‘La casa de Bernarda Alba’, por su retrato de la represión del deseo y la autonomía femenina, la obra también dialoga con ‘La señorita Julia’ de Strindberg o ‘Fences’ de August Wilson, con personajes que deben reafirmarse en un entorno hostil. Y, como en ‘La invención de la soledad’ de Paul Auster, hay aquí una disertación de cómo el espacio personal se convierte en metáfora del alma.
Cuando cae el telón, lo que permanece no son solo las palabras, sino el eco de una pregunta esencial: ¿Cuánto estamos dispuestos a sacrificar por nuestra libertad interior? En tiempos de ruido y exigencias, ‘Camino a la Meca’ es un acto poético de insumisión, una obra que nos recuerda que crear no siempre es agradar, y que iluminar, a veces, consiste en encender el fuego dentro de casa cuando afuera todo es sombra.