Entramos desde la calle a un vestíbulo sobrio y, al fondo, el “portal”: visores listos, casilleros, un equipo que te acompaña con calma. Todo eso es la experiencia inmersiva de Machu Picchu cuyas entradas puedes conseguir a través de Fever. Madrid queda atrás en cuanto te colocas el casco. La sesión arranca con Teri —un pequeño robot que se presenta como guía— y la sensación de salto espacial es inmediata: no es sólo ver; es estar dentro de un relato que activa oído, mirada y vértigo.
La experiencia es de libre recorrido y multiusuario: nos movemos en grupo, pero cada uno explora con su propio pulso. La narrativa nos lleva por templos y plazas, y lo que primero sorprende es la escala del paisaje: sobrevolamos los Andes y esa panorámica te roba una exclamación (sí, se oye detrás del visor). Enseguida entiendes el tono: cine mezclado con museo y un paseo guiado, a partes iguales.

El modelado es milimétrico gracias a drones, LiDAR y fotogrametría
Hay momentos espectáculo—la ciudad bajo las estrellas, un eclipse solar—que justifican los aplausos técnicos: el modelado es milimétrico gracias a drones, LiDAR y fotogrametría que capturaron Machu Picchu durante su cierre en pandemia. No es sólo recreación bonita; hay vocación documental. El detalle de la piedra, la caída de la luz, la geografía que respira… ahí está el “wow”.
Diversión muy didáctica y estética
Lo mejor de la experiencia es la sensación de “apogeo”. No visitas ruinas; caminas la ciudad en su momento de esplendor, con vida y color, lo que multiplica el valor pedagógico. Si la narrativa te pilla con el “modo viaje” activado, la emoción aparece: esa mezcla de asombro y humildad frente a una ingeniería que no necesitó nuestro siglo para ser precisa.
Asimismo, todo es muy fluido y digerible. Dura unos 45 minutos (cuenta una hora con guardarropa) y la dinámica en grupos pequeños—seis por tanda—ayuda a que no te sientas “en masa”. El ritmo es pautado, con respiros entre set-pieces que dejan mirar y asimilar.

La experiencia da contexto, mapa mental y ganas de subir de verdad al Machu Picchu
Lo que ajustaríamos es el subrayado musical en dos o tres transiciones que ya funcionaban por sí mismas y un par de guiños explicativos que podrían confiar más en la inteligencia del visitante. Son detalles en un conjunto poderoso, pero ahí está el margen de mejora si has probado otras VR “de autor” menos explicativas.
Salimos con la extraña felicidad de haber viajado sin mal de altura. Esto no compite con el Machu Picchu real —lo prepara. Te da contexto, mapa mental y ganas de subir de verdad. Y, si el viaje no es posible, funciona como cápsula de asombro: un recordatorio de cómo la tecnología, usada con respeto, puede devolvernos patrimonio y, de paso, un poco de nuestra capacidad de mirar.