Hubo una noche en 1984 que se quedó a medias de sí misma. En el vaso, el último whisky; en la habitación, el zumbido de una lámpara; en la cabeza, un enjambre de frases que sólo Truman Capote sabía domesticar. ‘Yo, Capote’ en Teatros Luchana reconstruye ese filo: verano estancado, respiración corta, visitantes que quizá no estén —o quizá sean la única compañía posible. El teatro abre un mirador a las últimas horas de un hombre que hizo de la escritura una lupa cruel y amorosa a la vez.
La función se impone por su atmósfera: vestuario, utilería y luz de época sostienen una penumbra precisa donde cada gesto parece haber envejecido con el personaje. El trabajo actoral busca el temblor antes que la caricatura, y esa decisión nos lleva al centro de la herida. «Lo más difícil de escribir y encarnar a Capote fue la entrega absoluta. Capote no admite medias tintas», afirma Dámaso Conde, autor e intérprete. «Y mi desafío personal es no caer en caricaturas y atravesar emocionalmente lo que necesita cada función», añade.

Perry no es un monstruo sino un espejo peligroso
En escena, Perry no es un monstruo sino un espejo peligroso. La elección dramatúrgica funciona: el espectador comprende la fascinación de Capote sin necesidad de subrayados. «He querido mostrar a Perry no como un monstruo, sino como una sombra inquietante, fascinante y a la vez dolorosa que obliga a Capote a mirarse en su propio abismo», comenta Jorge, intérprete de Perry. La dirección deja que ese diálogo fantasmático respire; hay silencios agradecidos, miradas que pesan, un tempo que, aunque a ratos se dispersa, corta el aire.
En la cabeza de Capote: delirio, alcohol y memoria
«Todo lo que pasa en esta obra sucede dentro de la cabeza de Truman, en las últimas horas de su vida. Entre el delirio y el alcohol», explica Manuel M. Velasco, el director de la función. «Vamos asomándonos a ese cerebro prodigioso, pero también traumatizado. Es un viaje emocional a través de la mente de un genio muy humano», afirma.
El dispositivo audiovisual refuerza el punto de vista mental —rostros que irrumpen, recuerdos que interpelan— y aquí asoma la primera fricción estética: cuando las proyecciones acompañan, suman; cuando explican demasiado, rompen el misterio. Aun así, su presencia permite capas sugerentes, en especial en lo que concierne a la figura materna. «Cuanto más conocía de ese vínculo tan complicado de madre e hijo más me enganchaba», dice Macarena Gómez, productora y presencia audiovisual. «Yo estoy audiovisualmente en la función y desde la pantalla el reto está en que el público entienda lo hechizado y lo marcado que estuvo Truman Capote por esta madre tan particular: egoísta y ambiciosa», afirma.

La pieza brilla cuando el texto confía en la inteligencia del público
La pieza brilla cuando el texto confía en la inteligencia del público. Cuando Capote aparece vulnerable, ingenioso, cruel consigo mismo. «Capote fascinaba porque veía lo que los demás no veían y lo contaba sin filtros», recalca Macarena Gómez. «Un genio literario que sigue interesando porque muestra la verdad y la mentira humana con tanta claridad que te obliga a mirarte a ti mismo», añade. En esos momentos, la dramaturgia consigue lo difícil: que la brillantez no tape la herida, que la herida no anule la ironía.
No todo es equilibrio: hay ciertas entradas musicales que subrayan emociones ya claras y un par de transiciones que piden limpieza; sin embargo, cuando el intérprete baja la voz y el foco lo encierra con misericordia, la sala se inclina hacia delante. «El espectador sale con la certeza de que también hay belleza en la caída y que existe el derecho a estar roto», dice Dámaso Conde.
‘Yo, Capote’ se pregunta qué queda de nosotros cuando ya no hay público: ¿el personaje o la persona? La obra sugiere que ambos se confunden hasta doler. Capote, narrador de vidas ajenas, se convierte aquí en su propio juez y fiscal. «En ‘Yo, Capote’ aportamos una propuesta intimista sobre un personaje que vivía muy expuesto y que, aun así, nunca dejó de mostrarse tal cual era», afirma Macarena Gómez. A la salida, la sensación es clara: se ha visitado un cuarto cerrado donde alguien muy inteligente y muy herido se habló por última vez a sí mismo. Y nos dejó escucharlo.