Desde que la lámpara mágica se encendió en el Teatro Coliseum, Madrid ha vivido una de las aventuras más deslumbrantes de su cartelera. Allí, bajo cúpulas doradas y frente a un telón que ya huele a especias y promesas, ‘Aladdín‘ vuelve a regalarnos la magia que solo creíamos posible en los cuentos.
No es solo un musical de Disney: ‘Aladdín’ es una declaración de intenciones. La apuesta escénica que Stage Entertainment ha traído a Madrid es de una envergadura pocas veces vista. Más de 80 cambios de escena, 337 trajes confeccionados a mano y 84 efectos especiales por función dan vida a un Agrabah desbordante, tan barroco como electrizante, con guiños al cine clásico, a Bollywood y al mejor Broadway. Pero el mayor triunfo del montaje reside en su capacidad de equilibrar el espectáculo con una historia bien contada. La dirección no se pierde en el exceso visual: cada número, cada luz, cada coreografía están al servicio del relato. Y eso se agradece.
En el musical, el genio es la gran estrella
Más allá del oropel —que lo hay, y mucho—, el musical desliza una lectura interesante sobre los deseos, la libertad y la identidad. ¿Qué pediríamos si pudiéramos tenerlo todo? ¿Y qué estaríamos dispuestos a perder para conservarnos fieles a nosotros mismos? Bajo la pirotecnia, el cuento sigue latiendo, recordándonos que la verdadera magia está en la elección, no en la lámpara.
El Genio roba la escena (otra vez)
Como ya pasó en la adaptación cinematográfica, aquí el genio es la gran estrella. David Comrie, como Genio, firma una de las interpretaciones más magnéticas del teatro musical reciente. Su dominio del ritmo, la comedia y la improvisación dan al personaje un aire de showman con alma de jazzman, capaz de romper la cuarta pared sin caer en el guiño fácil. Es imposible no recordar a Robin Williams —y al mismo tiempo, imposible no aplaudir la versión propia que Comrie construye, más cercana al musical clásico que a la animación—.
El espectáculo es divertido, enérgico, dinámico y apasionante
A su alrededor, el reparto brilla con una solvencia que sostiene el conjunto sin fisuras. Roc Bernadí, como Aladdín, combina carisma juvenil y precisión vocal, esquivando el estereotipo del galán inocente para dotar al personaje de una humanidad reconocible. Jana Gómez, en el papel de Jasmine, imprime fuerza y modernidad a la princesa, cuya independencia no es solo un subtexto: se convierte en motor dramático. La química entre ambos se apoya más en la complicidad que en el romanticismo obvio, algo que el público agradece en tiempos donde el amor también se revisa sobre el escenario.
Mención especial merece la orquesta en directo, una rareza cada vez menos frecuente que añade una capa de emoción auténtica al espectáculo. Alan Menken, compositor de la banda sonora original, sigue sonando fresco gracias a los arreglos de Michael Kosarin y a la dirección musical de Julio Awad, que cuida cada matiz como si fuera la primera noche. Entre alfombras voladoras, efectos de humo, oro ficticio y aplausos reales, ‘Aladdín’ no solo ofrece entretenimiento: ofrece espectáculo con mayúsculas. Y en eso, como en los cuentos, lo imposible se vuelve posible.